Cada beso tiene personalidad propia, su esencia, su motivo. Todos son distintos, con su particularidad y vida.
No es lo mismo un beso robado, uno prestado, uno regalado, o uno repetido. Existen también los besos inolvidables que guardamos en nuestros recuerdos. No es comparable un beso lleno de ternura, despacio, lento y acompasado, que uno repleto de pasión, de esos que se abalanzan, desesperados, llenos de hambre.
No es igual un beso nuevo, en el que emociona la cercanía, en el que la piel se eriza desde la raíz, esos besos esperados donde el corazón se desboca, donde la sangre se agolpa, en los que se oyen tambores; que un beso conocido, en el lugar de casa, donde conocemos el ritmo y nos sentimos seguros. Esos besos de amor profundo, verdadero, tangible. Igual de importantes los dos, cada uno en su momento, en su espacio, a su tiempo…
Besos de piquito, besos mordidos, besos húmedos, tiernos, fugaces, despechados, rebeldes, incesantes.
Besos que gritan sin palabras, llenos de amor, de sabor, de respuestas. A veces también, besos amargos, buscando una esperanza perdida. Besos que piden, besos que dan.
Cuántas cosas pueden decirse en ese maravilloso acto de besar, en que se comparten desde los sentimientos más blancos y puros, hasta las pasiones más obscuras. Besos que santifican, y besos que condenan, que arrastran, que nos hacen perder la cordura.
Piel con piel, boca con boca, aliento compartido. Entrega del alma que desnuda el interior.